jueves, 27 de enero de 2011

PASADO

"Tiempo de ausencias y copas vacías I". Joaquín Pacheco. Zaragoza. Enero 2011.



ESCAPAR DEL PASADO





"Es tan difícil escapar del pasado... cuando aún es parte del presente"...









Texto y fofo: Joaquín Pacheco.

martes, 25 de enero de 2011

CABECERA WEB


Os presento la cabecera de mi nueva página "Web de Arte". Aún no está acabada, pero espero que pronto os pueda anunciar su lanzamiento en Internet.

El diseño y WebMaster es de: FERNANDO ARSO.



Logotipo: Fernando Bayo.
Foto, texto y cuadro: Joaquín Pacheco.

jueves, 20 de enero de 2011

PINTANDO CORAZONES


PINTANDO CORAZONES



Pintando el corazón de tu alma,

con bellos amaneceres...


Los sueños son ángeles que te abrazan

cuando no estoy a tu lado...


¿Podemos soñar?


Texto y foto: Joaquín Pacheco.

miércoles, 19 de enero de 2011

BAILANDO


BAILANDO



Bailando con las estrellas...

¡y con mis sueños!...



Texto y foto: Joaquín Pacheco.

Zaragoza, 19 enero de 2011.

PARTIDA DE DAMAS


PARTIDA DE DAMAS





En una "Partida de Damas", el que pierde los nervios, pierde la partida...





Texto: Joaquín Pacheco.

Zaragoza, 19 enero de 2011.

lunes, 17 de enero de 2011

MANOS





MANOS





Manos solitarias

que nos hablan de sueños,

de quimeras,

de amores imposibles...





Texto y foto: Joaquín Pacheco.

Zaragoza, 17 de enero de 2011.

DESDE MI VENTANA





DESDE MI VENTANA
Día triste y gris...
y la niebla acariciando con sus manos la ciudad
con veladuras de melancolía...


Texto y foto: Joaquín Pacheco.

Zaragoza, 17 de enero de 2011.

lunes, 10 de enero de 2011

TIEMPO DE AUSENCIAS Y SILENCIOS





TIEMPO DE AUSENCIAS Y SILENCIOS




Tiempo de ausencias y silencios,
de arenas movedizas en el alma
de ojos muertos que no aman
y sombreros vacíos.


Tiempo de ausencias y silencios,
de manos vacías
de imágenes perdidas
y amaneceres sombríos.


Tiempo de ausencias y silencios,
de besos marchitos
de almohadas rotas
y sábanas frías.


Tiempo de ausencias y silencios,
y sombreros vacíos...





Zaragoza, 10 de enero 2011.
Texto y foto: Joaquín Pacheco.

domingo, 9 de enero de 2011

RENDICIÓN




RENDICIÓN



Al romper la madrugada
ya no vas de pares ni de nones,
ni de sota, ni de bastos.
La copa se pasa de voluntades,
el alcohol manda y tú obedeces.

Tu perfil de papel secante
habla de guerras perdidas,
de dobles curvas en tu vida
que tomaste derrapando
en rojo amargo.
Una solución sin salida.

Firme la botella.
¿Se entretiene acaso
en buscarte atajo?

El mañana te acosa,
los hijos del vino
te chantajean las lágrimas
que nunca tragas.

Te abordan los dedos
mil y una dudas
que, temblorosas invaden
tu vacilante alma.

Te despertarás de esta pesadilla
como siempre, a deshora,
mientras a tu alrededor
alguien olvidado llora.





Texto: Cuba Pareggi (Pilar Redondo Pacheco).
Libro: AZUL ACERO. Poesía, s.a. editorial alhulia.
Foto: Juan Estéban Triviño.

viernes, 7 de enero de 2011

VUELO 572-J

Alberto Nuño con Martín Fiz. Cariñena (Zaragoza). 2010.


Esperaba ansioso su llegada. Esperar había sido su especialidad durante muchos años, demasiados. Esperó ocho años de trabajos varios hasta que pudo colocarse en un puesto parecido al ideal para el que estuvo estudiando. Esperó demasiado tiempo para emanciparse del seno paterno. Esperó demasiado tiempo hasta que encontró la mujer de su vida, aunque, si era la mujer de su vida, nunca habría sido demasiado tiempo. Por fin encontró un amor que llenara su enorme vacío emocional. La quería con pasión, con un amor desbordante, igual que el que sentía ella por él. ¡Increíble!, se decía él. Una mujer tan bella, ¡conmigo!, pudiendo elegir a cualquier otro hombre, ¡me eligió a mi!. A él le cautivó su mirada, cierto que tenía un físico envidiable, pero esa mirada… Unos ojos que hablaban ternura, timidez, melancolía, una pizca de soledad y mucha fuerza interior. La fue conociendo poco a poco. Pero desde el primer día, desde el primer segundo en el que sus ojos chocaron con los suyos, supo que ella sería suya, él ya lo era de ella. Tardó mucho tiempo hasta que dio el primer paso para acercarse un poco a esa mirada que lo tenía preso, pero una vez que dio el primer paso hizo dos maratones sin parar, una vez que volvió a verla, después de un largo esperar, supo que no podía vivir sin ser su mirada ni un solo día. Con la inseguridad del bebé que da sus primeros pasos, pasos equivocados, caídas, desmoralización, abandono, resurrección, levantarse, correr.

El maldito tiempo. Estaba preocupado, el tiempo era tormentoso, no sabía si habría salido de Londres, el móvil no le daba cobertura. Habló con ella el día anterior, por la noche, antes de irse a dormir. Besó su foto antes de cerrar los ojos y soñar con ella, solía soñar con ella cuando no dormía a su lado.

No fumaba. Si lo hiciera se habría fumado un par de cajetillas. Chicles. Chicles de fresa. Eso era lo que hacía compulsivamente cuando los nervios le atenazaban, los consumía a cualquier hora del día, no era necesario que estuviera nervioso para consumirlos, aunque sí lo hacía de forma más acentuada. Quizá fuera por una obsesión. Cuando estudiaba FP tenía un profesor, un profesor de tecnología, que era una gran persona, un buen profesor. Una de esas personas que dan sensación de tranquilidad, que nunca te podrías imaginar enfadado, cabreado con alguna persona por algo que le hiciera, siempre, en cualquier situación, era dialogante. Y no era siempre sencillo con los alumnos que le tocó lidiar. Pero en el momento que hablabas con él, que hablabas frente a frente, un horrible olor salía de su boca, un olor penetrante, fuerte, inaguantable. Halitosis, ese recuerdo no se lo podía quitar de la cabeza, ese horrible olor. De ahí su obsesión por los chicles, chicles de fresa. Pese a no tener problemas de ese tipo.

Se acercó un hombre, le preguntó sobre el vuelo que esperaba, Juan, así se presentó, esperaba la llegada del mismo vuelo. No tenía ganas de hablar, cortó la naciente conversación con monosílabos. Juan por el contrario quería alargar la charla, así que no le quedó más remedio que cortar el parlamento de su nuevo conocido bruscamente.

Volvió al mostrador de información, la respuesta fue la misma que le dieron media hora antes. Nada. Nada es lo que sabían acerca de la salida de Londres del vuelo de su amada.

Se dirigió hacía la cafetería, dos cafés solos le acompañaron durante un cuarto de hora. Retrasado. El monitor que tenía enfrente no le decía otra cosa, el vuelo 572-J, procedente de Londres-RETRASADO-.

Alguien se sentó a su lado. Era Juan. Seguía sin demasiadas ganar de hablar. Juan, por el contrario, sí.

Resulta que vivían en el mismo barrio, a unas pocas calles de distancia entre sí.

Empezó a hablarle de su novio. Un chico de veinte años que conoció hacía tres meses, él debía tener unos cuarenta años, más o menos. A Pedro no le importaba que Juan fuera homosexual, independientemente de sus preferencias sexuales, no le apetecía hablar. Vio tan nervioso a Juan que dejó que continuara. Le dijo que él se divorció hacía tres años, tenía dos hijos, de diez y cinco años. Su mujer le dejó sin casa, y lo que era peor, solo le dejaban ver a sus hijos cuatro veces al mes. Ella se veía con otro hombre, por decirlo de una forma suave, antes incluso de que naciera su último hijo. Incluso dudaba que Jorge, ese era el nombre de su hijo pequeño, fuera hijo suyo. No la maltrató nunca. No le fue infiel jamás. Eso sí, el trabajo le rompió su vida, tanto es así que fue la causa que esgrimió su mujer para pedir la separación. La separación y la custodia de sus hijos.

Un estúpido juez le dio la razón a la puta de su mujer, ¿de dónde se creía que sacaba el dinero para poder vivir como vivían?.

Estaba pasando el peor momento de su vida, entonces le conoció. Trabajaba de becario en su empresa. Se sorprendió él mismo. Hasta la fecha nunca tuvo relación alguna fuera de la heterosexualidad. No se le pasó ni tan siquiera por la cabeza. Pero ahí estuvo Ricardo, apoyándolo en esos duros momentos. Ningún amigo se acordó de él en aquellos momentos. Nadie estuvo con él. Ni tan siquiera sus amigos más apegados, ni los compañeros de trabajo, nadie. Tampoco le quedaba otra familia que no fuera la que él había creado, ahora deshecha.

Las lágrimas empezaron a brotar de los humedecidos ojos que miraban a Pedro con nervioso resignación, paró su relato, la lluvia de lágrimas hizo de paréntesis. Pedro intentó calmar los sollozos con palabras de ánimo.

Paró de llorar. Se disculpó por sus intensas y sentidas lágrimas. Pedro le dijo que mandara a todos sus amigos al carajo, y a ella que la mandara también, pero a tomar por donde amargan los pepinos, que sus hijos era lo único que merecía la pena, bueno, sus hijos, y por supuesto, Ricardo, su joven novio. Juan interrumpió a Pedro para proseguir con su parlamento.

Cuando su mujer se enteró de la relación homosexual que mantenía se negó en redondo a que siguiera viendo a sus hijos. Otro juicio. Otra putada. De cuatro visitas mensuales, el juez, muy cachondo él, la dejó en dos por mes. Por no contar las habladurías que tenía que soportar en su trabajo, los cuchicheos, las caras que le miraban insidiosamente, despreciado por “haberse vuelto” maricón. El inminente ascenso para el que estaba propuesto, y por el cual partía con clara ventaja para hacerse con él, no por nada, únicamente por su excelente labor realizada en la empresa durante quince años, inminente ascenso que se le escapó lo que todos sabían que era.

Pedro le volvió a comentar que se olvidara de ellos, de todos, de todos menos de los que le habían demostrado su fidelidad, su amor o su comprensión. Pedro no tenía muchas ganas de hablar pero al escuchar el triste relato de Juan, y por ver si podía calmar sus ánimos, se decidió a hablar un rato. No pudo. No conseguía articular palabra alguna. ¡No podía ser!. Era ella, Susana. ¿Cómo había llegado hasta allí?, la pantalla que tenía frente a sus ojos, a menos de cinco metros, indicaba que el vuelo 572-J, procedente de Londres venía con –RETRASO-. Se levantó lentamente, con la boca entreabierta y cara de perplejidad. Juan le miraba impasible. Con paso en constante aceleración se fue acercando a Susana, la mujer de su vida, el amor que tanto había deseado, sus cabellos oro, recogidos en un moño, sus finas gafas, que no conseguían ocultar sus hermosos mares azules con los que miraba al mundo, su bella cara que, a veces, reflejaba vulnerabilidad, siempre ternura, angelical ternura. Pedro estaba ahora detrás de Susana. La tocó en el hombro frágilmente, para no sobresaltarla, su brazo se estiró muy poco a poco antes de tocarla. Ni si inmutó. Le habló. No lo oyó. Él la tocó, sin embargo ella no sintió nada, él le habló, Susana fue sorda a sus palabras. ¿Qué estaba sucediendo?...

Despertó.

¡Parecía tan real!; un sueño. Observó el despertador digital, 07:53, desconectó la alarma del despertador antes de que sonora, la había conectado para que sonase a las 8 de la, mañana. No solía hacerlo antes de desayunar, pero era un día especial, se duchó.

Cogió su coche y se dirigió hacia el aeropuerto. No podía disimular sus nervios. Sacó dos granjeas de un paquete de chicles de fresa. Comenzó a mover la mandíbula, haciendo dar a la masa rosa vueltas de un lado a otro de la boca, no exageradamente, como otros espécimenes, que parecen vacas masticando. Sabía, porque lo había visto en un informativo de la televisión, mientras desayunaba, que el tiempo en mitad de Europa, y especialmente en Londres, estaba un poco revuelto. Fue directamente al mostrador de información. La amable azafata le comentó que con el temporal que acechaba las islas británicas era posible que cancelaran algunos vuelos, los retrasaran, esperando alguna mejoría en el tiempo o que desviaran las salidas a otros aeropuertos. Nada concreto del vuelo 572-J, le dijo.

Llegadas; vuelo 572-J, procedencia Londres, -RETRASADO-, esto informaban los monitores del pequeño aeropuerto, y algo decrépito, de Zaragoza. Una voz hizo que Pedro se abstrajera de sus pensamientos, le preguntó por el vuelo que esperaba, él esperaba el mismo vuelo, se presentó como Juan. No podía creerlo. ¡Era idéntico qué en su sueño!, hasta Juan era físicamente calcado. Apenas pudo articular palabra, estaba realmente impactado. Respondía con monosílabos la animada conversación que Juan intentaba mantener viva. Pedro le cortó la vida a la conversación con un hachazo. Estuvo dando vueltas, curioseando en algunas de las tiendas del aeropuerto, no se decidió a comprar nada. Volvió al mostrador de información, por si, en la escasa media hora que había pasado desde la primera vez que preguntó, había habido alguna novedad. Nada nuevo. Fue hacía una cafetería, se sentó, casi fuera del perímetro de “influencia” del establecimiento. Se tomó un café solo, cargado. Pidió otro. Desde ahí podía ver varios de los monitores, vuelo 572-J-RETRASADO-. De pronto, Juan. Le espetó, muy amablemente, si podía sentarse con él. A Pedro le traía sin cuidado. Juan comenzó su relato, Pedro, aparentemente, seguía la conversación, no era así, pero tenía tan fresco el sueño con el que se despertó, que se sabía al dedillo lo que iba a contarle Juan. Cuando comenzó a llorar intentó serenar los ánimos de Juan. Ánimo que enseguida recuperó y con él las ganas de continuar su relato. Como Pedro no tenía ganas de escuchar más decidió cambiar los papeles y que el que escuchara esta vez fuera Juan. No lo pudo hacer.

Estaba sudando. La pesadilla acabó tal y como había acabado la anterior.

¿Qué diablos iba a hacer? Tenía que ir al aeropuerto. Susana regresaba de Londres. Estaba como loco por volverla a ver, una semana de separación era para él un suplicio. El trabajo de Susana le había obligado a realizar ese viaje. Pedro estaba totalmente enamorado de ella. Y ella de él. De camino al aeropuerto, en el coche, se dio cuenta de que no le quedaban chicles. Tuvo pues que hacer una parada antes de llegar al aeropuerto. No podía esperar a llegar al aeropuerto y comprarlos en alguna tienda de ahí mismo. Tenía que comprarlos en el acto. Paró recién iniciado el trayecto, apenas un par de minutos. El aeropuerto estaba a las afueras de la ciudad, a una media hora desde su casa. Entró en la papelería en la que solía comprar el periódico casi todos los días, hoy no lo compraría porque solo una cosa ocupaba su mente; Susana. El dependiente, que lo conocía de sus continuas compras, y que con frecuencia charlaba con Pedro brevemente, le comentó que si se había enterado del desgraciado accidente que sucedió el día anterior. Pedro no sabía nada acerca del suceso al que hacía referencia. Le dijo, con mucha educación, que tenía prisa, compró dos paquetes de chicles de fresa y retorno el camino hacia su pesadilla. Esperó que nada de lo soñado volviese a repetirse. Fue inútil. Uno tras otro los hechos se fueron sucediendo. Todos copiados al milímetro de su pesadilla. Se encontraba a punto de tocar su hombro delicadamente, se había mostrado sorda a sus llamadas. Tocó su hombro desnudo con la ternura que el verdadero amor fabrica. Un embalse a punto de reventar dibujaban los llorosos ojos de Pedro.

Susana se volvió. Parecía no ver a Pedro, Pedro le habló, insistió varias veces, no le hizo caso. El embalse acabó por reventar.

El sudor invadía el cuerpo de Pedro. La pesadilla. La realidad. No sabía distinguir lo uno de lo otro. ¿Estaría ahora viviendo en su pesadilla?, ¿estaría ahora soñando su vida, la realidad?. No sabía que hacer, ni a quien llamar, hablase con quien hablase lo tomarían por loco. No habló con nadie. Hizo lo mismo que se suponía tenía que hacer. Siendo positivo, un pequeño avance o “mejora” brotó de la última pesadilla, como una flor en mitad del asfalto. Si bien Susana seguía sin verlo, ni oírlo, sí que se volvió cuando tocó su hombro. Esta era la “mejora” a la que se aferraba Pedro, en un momento de desconcierto total.

Volvió a la papelería de su amigo, le comentó, de nuevo, aunque para el quiosquero era la primera vez que se lo contaba, el desgraciado accidente del día anterior. Pedro, que tenía la misma prisa que en todas las repetitivas pesadillas anteriores, zanjó el tema con educada rapidez. Estaba a punto de salir de la tienda, cuando se paró, si todo iba a ir como en sus pesadillas, ¿para qué tanta prisa?. Volvió sobre sus pasos. Le inquirió al quiosquero a que le hablara del suceso que aconteció el día anterior. El quiosquero le relató que el accidente sucedió a pocas calles de ahí. El caso fue el siguiente; estando a la espera para poder pasar por un paso de cebra, con el semáforo en rojo para los peatones, un niño de unos dos años se liberó de la mano de su madre y empezó una trepidante carrera por el paso de cebra. El tránsito de vehículos era continuo, no dejando más de dos segundos entre uno y otro, haciendo imposible el poder cruzar de un lado al otro, aun corriendo, una persona adulta. Todo sucedió en unos pocos segundos. La mano del niño fajándose de la materna, el semáforo hablando en naranja, un conductor que acelera, el niño que sale corriendo hacía el otro lado de la calle, una mirada que sigue la carrera del niño, decenas de miradas paralizadas, el coche que se acerca, alguien que se lanza a por el pequeño. Trágico desenlace.

El impacto fue brutal, desplazó el cuerpo más de una decena de metros. El hombre, de algo más de cuarenta años, consiguió alcanzar al niño cubriéndolo con su cuerpo, salvándolo de una muerte segura. Si bien cambió la del niño por la suya. Falleciendo casi en el acto. Solo pudo decir un nombre. Luego falleció. El niño solo tenía algún rasguño.

El suceso que le acababa de contar el quiosquero lo había dejado un poco abstraído. A punto estuvo de chocar con el coche que le precedía y que permanecía parado en el semáforo. Esto le obligó a dar un volantazo. La brusca maniobra dio como resultado con su coche empotrado en una farola.

Empezaba a caerle bien Juan, si no fuese por lo trágico de su actual vida/pesadilla, gustosamente invitaría a Juan y a Ricardo a comer en su casa. En eso pensaba mientras tenía enfrente de él a Juan, de repente irrumpió en medio del hall del aeropuerto, ¿quién?; Susana; por supuesto.

De nuevo idéntica escena. La temblorosa mano de Pedro tocó por enésima vez el hombro derecho de su amada. Ella se volvió. No lo vio. Pedro la llamó. Susana respondió, Pedro para entonces ya había abierto las compuertas de los embalses que inundaban sus ojos.

No había tristeza, en esta ocasión, en su despertar. Presentía que, por fin, en ese nuevo hoy, podría verle su amada, hablar con ella, besar sus labios.

En esta oportunidad estuvo charlando con José, el quiosquero, durante un buen rato, le contó, como no, el suceso del accidente del día anterior, después de hablar brevemente del tiempo veraniego del que disfrutaban. Le enseñó la noticia en uno de los periódicos, uno de tirada regional, una foto jalonaba el artículo. Era la foto del héroe que dio su vida por la del niño. Pedro se quedó paralizado, inmóvil. No podía creerlo. Era Juan. El mismo Juan que veía día tras día, pesadilla tras pesadilla. El mismo Juan con el que hablaría, si todo iba bien, dentro de, más o menos, media hora.

Salió de la papelería sin decir ni una sola palabra más. Montó en su coche. Parecía un zombi. La fotografía de Juan le había impactado gravemente. De este modo empotró su coche contra una farola.

Pensó que este percance retrasaría su llegada al aeropuerto. Para nada. Todo transcurrió tal y como debía transcurrir. Sus encuentros con Juan fueron idénticos a todos los acontecidos con anterioridad. No se atrevió a preguntar nada sobre su heroica hazaña en el paso de cebra.

El momento de la verdad. Una vez más. Hizo su aparición la estrella de la función; Susana. Pedro siguió los pasos que trazó los últimos días, nada se atrevió a variar. Susana se sorprendió. Pedro estaba llorando. Ella le besó. Pedro rió, rió y lloró.

Observaba a Juan como, entre sollozos, abrazaba a Ricardo. La actividad en el aeropuerto se disparó de repente. Personas corriendo de un lado a otro entre Pedro y Susana, alrededor de Juan y Ricardo. Ojos incrédulos, caras pálidas. Rostros desencajados que no presagiaban nada bueno. El histerismo colectivo era patente, gente llorando, gritando, consolando unos a otros lo que parecía imposible de consolar; un espectáculo espeluznante. Pedro oyó palabras sueltas del gentío que pasaba a su lado, accidente, 572-J, no debió coger ese vuelo, sin supervivientes…

De permanecer como visionario ante el espectáculo de histerismo colectivo pasó a quedarse hipnotizado ante uno de los monitores, el vuelo 572-J dejó de aparecer en él.

Abrazó a Susana. No le comentó nada de lo sucedido. Ella comenzó a contarle como le había ido en su semana de trabajo en Londres. Salieron en busca del coche, cogidos de la mano. Él atendía muy atento, callado, las explicaciones que Susana daba. Estaba algo agobiado y solo quería salir de ahí. Volver a su casa con su amada. A unos metros de la entrada principal del aeropuerto Pedro se quedó parado.

Ahora recordaba que no pudo ir en coche a recoger a su querida esposa. Quedó destrozado en el accidente que tuvo minutos después de salir de la papelería de su amigo José. No recordaba como llegó ahí, pero lo cierto es que estaba ahí, y poco importaba como llegó, porque por fin estaba al lado del ser que más quería.


Texto: Alberto Nuño.

Foto: Juan Leyva.

martes, 4 de enero de 2011

MUSEO DE LA SOLIDARIDAD "SALVADOR ALLENDE" EN SANTIAGO DE CHILE

El preso. Acrílico/Algodón. 55x46 cm. 1977. Colección Privada: Museo de la Solidaridad "Salvador Allende" en Santiago de Chile (CHILE).


Este cuadro lo pinté para la exposición que se realizó en Zaragoza en el año 1977 en los bajos del Mercado Central. La muestra fue itinerante por varios países hasta la creación del Museo de la Solidaridad "Salvador Allende" en Santiago de Chile (CHILE).

San Silvestre Zaragoza 2018