Desde
mi ventana-atalaya veo pasar a la anónima marea humana, que con pasos apresurados
se dirigen como cada día a sus destinos cotidianos, algunos con prisas, otros en
cambio más despacio, con el sueño aun dibujado en la palidez de sus caras
dormidas; a las dulces parejitas cogidas de las manos envueltos en su aura azul
de “te quieros”; a los niños esperando a las puertas de un viejo colegio, librando
sus últimas sus últimas batallas imaginarias antes de entrar a clase… Y entre tanta
y tanta imagen de actividad urbana, veo pasar lentamente las aguas tranquilas del
rio silencioso y miro hacia atrás con cierta nostalgia contenida, los recuerdos
de mi niñez, de mi adolescencia, de mi madurez presente… y por qué no, de mis
primeros amores juveniles, ahora ya marchitos por el sin perdón del tiempo pasado
y casi olvidados en el ático desordenado de mi pobre cabeza. A veces pienso y
me produce una cierta gracia maliciosa, cuando quiero rememorar mi pasado, que
me parece que todo paso ayer y sin en embargo, hay una tremenda sangría de vida
y multitud de recuerdos entrecruzados, que ahora, a la hora de plasmar sobre
este papel, se me hacen remisos y rebeldes como mariposas que vuelan libres en
el cielo primaveral de la ciudad o tal vez quizás sea que se muestren tímidos a
ser desvelados por este impúdico pequeño relato.
No
se la verdad por dónde comenzar, la tarea se me hace ardua y el paisaje es complicado y difícil por lo escabroso y
resbaladizo de la veracidad de los recuerdos, ahora esquivos y desafiantes ante
mi pluma ciega… Espero que quizás un día no muy lejano, tenga las suficientes
fuerzas que ahora no tengo y me ponga a ello, pero de momento lo dejaremos en
este punto, reposando en la antesala del pasado, principio de mis recuerdos…
Texto:
Joaquín Pacheco
Foto:
Joaquín Pacheco Photo
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